12/24/2010

Volver a escribir (A modo de presentación)

Después de tantos años de no acudir a la ficción como forma de desahogo personal o como búsqueda de la innegable vanidad de sentirme reconocido públicamente, me asomo tímidamente al intento de recobrar la práctica del oficio más riguroso del mundo: escribir.

Volver a escribir no es fácil en mi caso, pues nunca me impulsó hacerlo por el mero hecho de dominar la técnica y agregar la consabida cuota de imaginación en el escenario escogido. Tampoco es que en verdad alguna vez haya logrado ser consciente del motivo cierto que me creaba noche tras noche la necesidad de escribir. Pero jugué con la posibilidad de brindar respuestas y escribí para un encuentro de escritores noveles costeños el ensayo titulado Escribir: un parto con dolor o un vómito de conejitos. Fue el mejor texto y los organizadores me otorgaron un premio de unos veinticinco mil pesos, si mal no recuerdo. Ya antes había ganado el primer puesto con el cuento Los barcos de Mr. Belrnes.

Ahora, en este intento, quizás vano, de estirar un poco los pensamientos dormidos, no es mi intención recordar el mencionado ensayo o los viejos cuentos, por cierto, refundidos en algún lugar del cuarto que hace de estudio en un espacio de la casa. Que quede claro a quien pudiera interesar: me limito al ejercicio de dejar que los pensamientos cabalguen libremente en las praderas de esta hoja virtual y lleguen con fortuna a alguna parte. A propósito de lo virtual, es realmente uno de los motivos que ahora me anima y no tanto la necesidad interior de contar estas cosas sobre las que –repito- directamente cabalgo (vuelvo a usar el verbo pues no comparto de manera estricta la recomendación académica de que no deben repetirse las palabras y acudir a la sinonimia como manera de demostrar la riqueza de vocabulario).

Sí, la tecnología, después de tantos años de no escribir notas de esta índole, se vuelve cómplice y me colabora en este esfuerzo, no sólo en lo técnico sino en lo humano, que finalmente es lo que a mi interesa. Me asustaba el internet en cuanto al peligro que implica para el niño o el adolescente en caer en lo más fácil que puede ofrecer este medio de comunicación masivo: el chateo insulso, la búsqueda de farándula y los riesgos que ofrece el delincuente. Pero ahora que paulatinamente aprendo a navegar en el ciberespacio y me encuentro con amigos escritores como Carlos De La Hoz, me digo: “¡que vaina, si esto nos puede servir para nuestros dilemas y gustos literarios!”. Ya he compartido con este escritor y con otro –Lewis Morales Bravo- estas posibilidades de volver a escribir y no han hecho sino animarme. Y en estas me encuentro, escribiendo un poco lo que voy pensando, combinando control g permanentemente ante el miedo de un apagón y la pérdida de lo escrito… (Observo que precisamente mi amigo Lewis está conectado y por primera vez le envió un saludo por el chat… pasan los minutos y pienso que duda en responderme o que no ha observado que allí estoy en la barra de inicio, dispuesto al diálogo mientras escribo estas notas).

Pero sigo por donde venía: el internet me está ayudando, las personas que en sus páginas navegan resultan extraordinarias, una vez superada la natural desconfianza de no saber quién es en realidad el extraño que nos ha correspondido algún mensaje o comentario extraviado. Me sucedió con MS, quien de alguna manera leyó el comentario que había escrito en la página de una poeta amiga (DLP) y a quien hacía años no enviaba saludo por ningún medio alguno. MS ha resultado una mujer interesante y de profundas reflexiones alrededor de la vida. Quise buscar sus palabras iniciales, copiarlas y pegarlas aquí pero sucede que no las encuentro en los vericuetos en que me pierdo en Facebook. Ignoro si el sistema va eliminando lo antiguo, o si la emoción de ver y sentir que el intento de volver a escribir en algo va funcionando no me permite la paciencia de buscar los textos deseados.

En cambio aún encuentro unos comentarios –menos buscados- que hice al profesor Ariel Castillo Mier: “Sí, profe, la crítica debe ser una labor solitaria, tanto como la del creador que se supone su opuesto, pero quizás en el fondo ambos -crítico y creador- sean seres de la misma estirpe: escrutadores de la vida y de la condición humana, aun a costa de su propia felicidad. Ando con la escritura de... proyectos, comunicados, asuntos académicos. Duré unos cuatro años de coordinador (e) y eso esclaviza demasiado. La labor docente requiere brindar una visión positiva a los niños y adolescentes a cargo y a veces esto se contradice con la visión artística. Para no caer en incoherencias es mejor centrarse en un solo asunto”.

“En todo caso, escribir para mí siempre fue una necesidad de proyectar en supuestos personajes las vivencias y timideces propias. Ahí como que me fui curando, aunque, como le manifesté hace poco a Carlos De La Hoz, el remedio es a veces peor que la enfermedad. Si fuera por el mero artificio podría seguir escribiendo, domino la técnica pero la necesidad debe empujar...”

“Quizás podría escribir una pequeña novela que iniciara así:

´La imagen de aquel pasillo de hospital de caridad en donde mi hermano luchó a muerte durante un mes, me sorprendió de repente después de tantos años de supuesta tranquilidad durante los cuales había creído -falsamente, ahora lo comprobaba- que había encontrado la felicidad...´

(Es mero artificio pero con un poco de intención podría funcionar. Guárdeme el texto, quizás algún día haya tiempo de escribirlo en serio y me decida a retomarlo). ‘Me sorprendió de repente´ creo que hay cierta redundancia allí...”

Anoche dejé estas notas en un punto en el cual me resultara fácil proseguir pero no me motiva igual escribir en el silencio de la noche que en el día, rodeado de las conversaciones y sonidos cotidianos de la casa.

Me disculparán, entonces, los lectores de estas notas si encuentran debilidades de forma y fondo pero después de tantos años entiendan que requiero de días o meses enteros de entrenamiento para medírmele de nuevo a la sagrada rutina de volver a escribir.

Por lo pronto, permítanme este apresurado final.

4/18/2010

¿Se hacen o no Los Carnavales de Barranquilla?

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“¿Se hacen o no se hacen Los Carnavales 2011…. ?

Por el drama actual en que se encuentran los pueblos del Sur del Departamento de Atlántico, hay quienes hacen votos para que las fiesta de los carnavales de Barranquilla se suspenda, por solidaridad y duelo.
Por otra parte, hay quienes opinan lo contrario sustentando su opinión en que el carnaval es un generador de empleo, entre otras la Señora Carla Celia Directora de la Fundación Carnaval de Barranquilla quien también manifestó que el carnaval general unos veinte mil empleos, podría ser una oportunidad más para recaudar dineros para las personas víctimas de la inundaciones.”



Lo anterior lo publica nuestro buen amigo ALberto Buelvas Castro en su página de Facebook tratando de llamar la atención sobre el hecho de si debe haber o no Carnaval, lo cual me parece pertinente tratar pues nos da motivo para poner en una balanza el aspecto económico que implica el carnaval y el sentimiento de solidaridad por las personas afectadas.

La decisión, creo, no se debe tomar desde el punto de vista de lo que significa El Carnaval de Barranquilla (en realidad Carnaval de toda la Costa) en lo económico, sino desde el punto de vista del sentimiento colectivo que los costeños en general tengan con respecto a la tragedia que se vive en la costa y en toda Colombia por este fenómeno de lluvias extremas. Es como cuando se decide cargar luto por la persona muerta, debe hacerse si se siente en el corazón y no por la apariencia... Lo que ha pasado en el sur del Atlántico es una verdadera tragedia pues son aproximadamente 100.000. damnificados que tuvieron que abandonar sus casas, sus animales, sus pertenencias pues muchos no pudieron mudarlas, su cultura pues esto se constituye en un desplazamiento... En Repelón, por ejemplo, el sentimiento es de mucha preocupación y tristeza por los barrios ya bajo agua y por el peligro de que se inunde toda la población de no taparse rápido el boquete. No se escucha música, los grados del colegio, acontecimiento esperado por todos, no se realizarán, en fin... No hay alegría ni habrá Navidad feliz ni año nuevo feliz ni Carnaval feliz... Ahora qué tal en esas gentes cuyas poblaciones serán irrecuperables... El Carnaval de Barranquilla se nutre de todas estas culturas y su esencia es la alegría de la gente, así que deberíamos tener un gesto de solidaridad con estas personas y en lugar de Carnaval organizar un gran evento nacional para que todos seamos conscientes de la dimensión de lo que actualmente se vive en el Atlántico y en el país en general. En estos momentos en que escribo estoy escuchando reportes del invierno en Colombia y son muchas las pérdidas y las víctimas. Ya es hora de que los colombianos y el mundo entero sientan el dolor de esta tragedia, como los chilenos lograron que el mundo entero se uniera en un solo sentimiento: el rescate con vida de los mineros. ¿Ustedes creen que El Reinado Nacional de Belleza debió realizarse en medio de una ciudad que más allá de sus hermosas murallas y sus noches de fantasía lo que abunda es la pobreza y las calamidades actuales por el invierno?

He leído o escuchado que se realizará un Carnaval contextualizado en la tragedia de estas poblaciones, algo así, pero eso es simplemente un disfraz (de carnaval) para realizar el evento y creo que debemos ser contundentes: no debe haber Carnaval si en verdad sentimos un luto por esta situación o si debe haberlo si en verdad nuestros sentimientos no están afectados y el espectáculo debe seguir porque la vida se nutre de alegría y tristeza. Además, carnaval es carnaval y se vale todo, hasta la indiferencia frente a la grave (gravísima) situación que padecen estos hermanos...

¡Negocios...! ¡Maldito negocio!

(Diciembre de 2010)


Foto tomada del perfil de Alvaro Buelvas Castro


4/14/2010

La tecnología informática y virtual

*La tecnología informática y virtual que hoy me permite escribir directamente en esta pantalla y publicar para siempre en una red mundial para que quienes lo deseen lean lo que he escrito y lo compartan, comenten, almacenen o eliminen, me crea un apasionado entusiasmo que cada día busca por donde sacarle mayor provecho a esto que conocemos como internet. Es más, mis horas de uso de mi viejo y virulento computador cada día aumentan en la misma proporción en que de manera acelerada descubro este o aquel detalle que me resulta de alguna utilidad o, por lo menos, de repentino deslumbramiento.

*Esta mañana les dije a mis estudiantes con una sinceridad que haría colapsar a cualquier detector de mentiras: “quisiera volver a mi época de estudiante y poder contar con una escuela con computadores como éstos para desquitarme de tantas clases que no pude entender en el aula tradicional”. Bueno, también les dije que no era que denigrara de esa educación recibida pues de ella me había nutrido y por uno de esos maestros que tuve –Luis Páez Barraza- me volví, lo creo así, profesor de una asignatura que empecé a dominar desde mucho antes que ningún maestro me enseñara. Hablo de lenguaje. Acá en Colombia, en una ley constitucional que rige la educación –Ley 115 de 1994-, tenemos esta asignatura que hace parte del área de humanidades junto con otra que es idioma extranjero. Pero lo mío realmente es la literatura y por ello me inscribí en la única universidad pública de mi ciudad pero apenas inició el semestre supe que de literatura era nada lo que vería en los primeros semestres pues la carrera era para formar docentes (licenciados) y las primeras asignaturas eran más bien idiomas (latín, alemán, francés…y el poco español que veía estaba a cargo de un profesor descomplicado que llegaba con olor a un par de cervezas), y otras de orden didáctico (metodología de la enseñanza, didáctica…) y algunas otras como de relleno… Y tuve que decirles así a mis estudiantes de quinto pues el nivel de atención es pobre y el aprecio por los recursos de nuestra escuela no es el mejor… ¡Es que cuando tenemos los útiles no los valoramos y utilizamos para sacarle verdadero provecho educativo!

*Llegando al final de estos tres puntos me apresuro a releer lo escrito y pensar en una adecuada conclusión, coherente con la idea central no obstante la intencionada limitación de que pueda considerarse como texto organizado, útil y original dentro de este mar de información que actualmente abruma el internet. Hay que pensar que con solo digitar una palabra en fracciones de segundo tenemos disponible muchas páginas relacionadas con lo que buscamos y a veces terminamos siguiendo una línea de información que no era la de nuestro interés. Y es que esto del internet tiene su lado bueno y también el malo. Leo una noticia en la edición digital de un periódico local (http://lalibertad.com.co/dia/2010ago13/ju7.html ) que un tipo de nombre Justin Xavier Rincones Parrao lograba brindarle confianza a las jovencitas por internet haciéndose pasar por policía y utilizando un perfil falso para finalmente intentar extorsionar a la joven contactada y obligarla a tener relaciones sexuales con él. Afortunadamente una joven de 16 años, a quien había quitado el celular y condicionaba su entrega a la propuesta indecente se atrevió a denunciarlo y Xavier Kemmerer Pertuz –su verdadera identidad- fue capturado por las autoridades. El tipo resultó ser un vendedor ambulante y como ya lo adelanté la información que había suministrado en internet nada tenía que ver con su vida real. De todas maneras, pienso en todos los usos pedagógicos y formativos que podemos darle al internet para que nuestros estudiantes aprendan mejor y en las tantas posibilidades que este recurso de información y comunicación nos permite. El internet ya hace parte de nuestra vida cotidiana, así como la tv, la radio o el periódico, medios masivos de información y comunicación que también han acudido al internet pues quien hoy no lo hace está aislado de un mundo cada día más enredado por el uso de la tecnología virtual -¿qué tan virtual es?- que en segundos hace posible que en nuestra pantalla logremos acceder a determinada información, textual, gráfica o de cualquier índole y formato. Y como lo mío es escribir ahí les “cuelgo” este espontaneo trío de párrafos con el cual inauguro mi inicio en este nuevo blog con url www.deulofeutprado.wordpress.com y que comparto complacido en otro sitio web ( www.pepecomenta.com ) al cual me ha invitado nuestro afamado amigo Pepe Sánchez.

4/08/2010

Las lecturas...

El libro que leo es el libro que me golpea. No soy muy sistemático en mis lecturas, eso no está bien. Se dice que hay que leer bastante. Creo que uno debe leer lo que necesita y, sobre todo, lo que merece leer. Confieso mi debilidad por las obras breves, aquellas en las cuales la vitalidad, con todas complejidades, emerge por encima del mero artificio literario (aunque válido a la manera de Borges). Acaso sea por aquello de que el escritor se la pasa escribiendo toda la vida el mismo libro y, quizás, en la menos extensa de sus obras derroche y a la vez condense (sin proponérselo) los elementos espirituales y estilísticos de sus otras producciones...

¿Cómo no sobrecogerse, llorar o padecer de locura ante textos tan estremecedores como El túnel, Edipo rey, El Coronel no tiene quien le escriba, El extranjero, El viejo y el mar, El pozo, Pedro Páramo, La casa grande, , La metamorfosis...? ¿Acaso no hay en ellos una exquísita sazón que no logramos degustar en otras obras de los mismos autores? Descreo de los autores que gastan sus vidas publicando libros insulsos; simpatizo con aquellos que escriben lo que tenían que escribir y después, sin mayores alardes, se suicidan o se mueren y punto.

No digo que las obras extensas sean malas, no creo eso. Es cuestión de capricho. Mis verdaderas lecturas han sido orientadas por ese instinto masoquista de recibir los mejores golpes. ¿Cómo puedo olvidar la bofetada inicial de Kafka y Camus; o los golpes suaves de Chejov, Hemingway, Sábato, Onetti, Cepeda Samudio; o el golpe de gracia de Cortázar...?

4/04/2010

Un comentario sin presunción

Acabo de leer sobre las cuestiones de que trata la nota Ejercicios de estilos, de Elsy Rosas Crespo, Facebook, miércoles 12 de noviembre y, después de varias semanas sin ganas de escribir me dije “vamos a meterle el diente y pensemos algunas reflexiones”, las que seguidamente voy trasladando al código escrito.

Escribir con corrección es propio de quienes desconocen la fuerza que tiene la lengua por fuera del diccionario como libro. Como bien lo afirma la autora de la nota, evalúan lo correcto e incorrecto sin explicar el fenómeno que hace que en vez de "haya" alguien, de manera natural e inconsciente, diga "haiga", sin el menor sonrojo ante el seguro público intelectual que mínimo lo tilde de ignorante ante el “tremendo error” cometido. Infunden tanto terror estos académicos de la lengua que llevan a los hablantes a mantener el ya extraño "halar" en vez del natural y también válido "jalar".

Bueno, con respecto a los autores de estos libros que brindan recetas sobre las técnicas de escribir no es la mala fe que los empuja sino la ignorancia o la perspectiva de creer que escribir es meramente un asunto de reglas y que es posible explotar comercialmente el hecho con libros tan necesarios en una sociedad de poca tradición escrita.

Escribir en general es pensar. Creo poco en la inspiración como ese estado en que supuestamente algo o alguien nos lleva a escribir determinada obra, breve o extensa, de índole tal o cual. Escribir es pensar y lo que va escogiendo estas palabras que llenan la pantalla es la conciencia, el pensamiento, motivado en este caso por las reflexiones que me generan la nota en referencia y los aportes de sus otros lectores. Escribir como arte está por encima de las reglas gramaticales y por fuera de las escuelas. Y si bien, creo, no obedece a la inspiración, la escritura de los artistas de verdad se deriva de su necesidad consciente o inconsciente de salvarse mediante la literatura rompiendo éticas y reglas. Es posible que cualquiera de nosotros, en razón a la imaginación que el cerebro nos permite, se dé a la tarea de escribir un cuento y a las pocas horas tenerlo finalizado con la estructura propia de este género, pero ¿será un buen cuento? ¿Tendrá la sazón de los grandes cuentos escritos a fuerza de la inquietud que rondaba en una noche de insomnio a cualquiera de los grandes maestros que los produjeron? ¿Podrá el García Márquez de estos tiempos escribir una obra a la altura de El coronel no tiene quien le escriba, escrita con hambre, soledad y las esperanzas propias del escritor que empieza? A propósito de estilo, se dice que en sus últimas obras lo que GGM hizo fue plagiarse a sí mismo.

***
Aprender a través del juego, de lo lúdico que llaman ahora, es un tanto discutible en el sentido de mezclar las cosas. Creo que jugar es jugar y aprender es aprender, no queriendo decir que el aprendizaje no deba resultar divertido en vez de aburrido. Y es precisamente el juego lo que le hemos quitado al niño en nuestro afán de inmiscuirlo cuanto antes al sistema educativo. Es importante comprender que el juego y la cacareada motivación educativa es un factor que debe mirarse con más seriedad frente al proceso de enseñanza. Es común en algunos docentes hacer creer que porque refieren un par de chistes al inicio de su clase y los estudiantes estallan en risas y aplausos ya pueden asegurar el éxito de su aburrida e inútil sesión. No. La motivación debe estar ligada al aprendizaje mismo, de comienzo a fin, ya sea porque el tema en desarrollo se ha hecho significativo y su aprendizaje nos resultará valioso para la vida.

Bueno, no es más y, como siempre, enlazo estos comentarios con aquellos en que otros también arriesgan su pellejo a favor de la defensa de una convicción o de una simple coma mal puesta, tal el caso de la profesora de literatura Elsy Rosas Crespo, a quien este medio virtual y la voluntad de un buen amigo puso en mitad de mi camino.

Word Fiction

Mi amigo Carlos De La Hoz me hace llegar este relato en los siguientes términos:
"Comparto con ustedes este buen cuento, hasta ahora inédito, del poeta y prosista colombiano Joaquín Mattos Omar".


WORD FICTION

Por: Joaquín Mattos Omar

¿Puede haber alguien que piense que la palabra siniestra no es lo suficientemente siniestra y que, por tanto, algo le falta a su forma para que lo sea en toda su atroz plenitud?

Doy fe que así es. Aún no puedo decir quién es ese alguien, porque no me ha sido posible averiguarlo––ni sé si sea posible averiguarlo––, pero sí puedo contar lo que ese desconocido hizo en ese sentido.

Es bien sabido que el computador, o, para ser más exacto, una serie progresiva de programas informáticos de procesamiento de textos, ha reemplazado de tal modo la máquina de escribir que las últimas versiones de aquéllos han hecho de ésta un objeto absolutamente anticuado y romántico, un artefacto que no parece que haya sido del siglo XX sino de épocas premodernas…¡Así de grande es, en efecto, el abismo tecnológico que separa un invento del otro!

Yo, que empecé garrapateando mis cuartillas en máquina de escribir, ahora lo hago en un Macintosh de reciente generación, utilizando la aplicación Microsoft Word. Entre las múltiples ventajas que me ofrece esta aplicación, me importa señalar ahora la de esa función suya en virtud de la cual corrige automáticamente algunas palabras (algunas, no todas: primer misterio), cuando las mismas han sido escritas con una falta ortográfica o han sido erróneamente digitadas.

Una vez, por ejemplo, cuando al intentar escribir la palabra producto, cometí el desliz de digitar produtco, el programa hizo que, tras pulsar la barra espaciadora, el término se recompusiera por sí solo, como si hubiera cobrado vida propia, reorganizando el orden de sus letras hasta que adoptó el correspondiente a su morfología correcta: ‘producto’. Otro día me ocurrió con el pretérito simple del verbo seguir: equivocadamente digité segí, pero, tras presionar la barra espaciadora para escribir la siguiente palabra, Word enmendó mi errata, reemplazándola por la grafía exacta: seguí.

Hasta ahí, todo de maravilla. Pero he aquí que este buen corrector secreto empezó un mal día a jugarme también malas pasadas, como si su naturaleza hubiese sufrido un extraño cambio y se hubiera transformado en un moderno avatar del viejo diablillo del linotipo: una suerte de duendecillo travieso. Una mañana, mientras redactaba una nota sobre el tema de la lectura, quise citar a uno de los mayores historiadores en esta materia, el argentino Alberto Manguel, pero cuando escribí su apellido, así, en la forma debida en que lo acabo de hacer ahora, el corrector lo cambió, para mi sorpresa, por Manuel. “Alberto Manuel”, leí en la pantalla del monitor. Y pensé en voz alta: “¡Vaya que le gusta la tomadura de pelo a este duendecillo!”. Lo pensé porque me di cuenta de que Alberto Manuel era una caricaturización de Alberto Manguel, pues parecía más el nombre de un frívolo cantante de moda que de un severo investigador de un aspecto clave de la historia intelectual y lingüística de la sociedad occidental. Volví a escribir Manguel y el juguetón personaje lo transformó de nuevo en Manuel; de modo que tuve que recurrir a cierta estratagema para engañarlo ––la que ahora he olvidado–– y fue así como pude restituirle al autor de Una historia de la lectura su verdadero apellido.

En otra ocasión, me tomó del pelo con el nombre de otro escritor, Umberto Eco: estuvo insistiendo por un buen rato en que no era Umberto sino Humberto, al parecer parodiando la costumbre viciosa de los viejos diccionarios enciclopédicos españoles de castellanizar los nombres propios extranjeros: Guillermo Shakespeare, Juan Sebastián Bach, Arturo Schopenhauer, Enrique Heine, etc.

Otro día escribí oración y convirtió la palabra ––que yo estaba usando en su sentido gramatical––en una suerte de aumentativo grotesco de “Horacio”: Horación. Me pareció admirable, sin embargo, que con sólo anteponerle una letra, y además una letra muda, hubiera convertido el término que designa la unidad enunciativa fundamental en el nombre distorsionado (con aparente propósito de exaltación) de alguien que las escribía muy bien en la antigua Roma. No pude evitar sonreírme y desearle al duendecillo que se siguiera divirtiendo, aunque fuese a expensas mías:

–Carpe diem –le dije.

Pero si el asunto hubiera quedado allí, yo no me habría visto obligado a contar esta historia. Sin embargo, sucede que este nuevo hábito de Word de “rectificar” lo que era recto, o mejor dicho, de erratizar lo que estaba bien escrito –lo cual asumí, según he expresado, como una inocente actitud bromista–, tuvo el martes 16 de mayo último –hoy hace exactamente 153 días– una manifestación que, lejos de resultarme simpática, me pareció escalofriante y me dejó sumido en una grave perplejidad.

Era ya casi medianoche. Un momento antes, y después de muchos años, había releído el cuento “El corazón revelador”, de Edgar Allan Poe. Me hallaba escribiendo en mi Mac una nota personal, privada, sobre dicho cuento, una simple nota de registro de lectura para mi exclusivo uso individual. Cuando escribí: “El narrador tiene una visión siniestra del anciano del ojo nublado”, el programa cambió la palabra siniestra por simiestra.

No pude evitarlo: se me heló el corazón. Comprendí de inmediato que esta vez no se había tratado de un simple capricho, de otra más de las pilatunas casuales e inocentes a que ya me estaba acostumbrando el activo duendecillo digital (al que empecé a considerar, a partir de allí, como avieso). No: era evidente que esta invisible criatura había actuado ahora con una razón premeditada y con un propósito bien definido, que yo, por supuesto, desconocía, aunque no tuve la menor duda de que, cualesquiera que fueran esa razón y ese propósito, tenían en todo caso un carácter perverso, terrible.

¿Simiestra? La palabra –-que extrañamente no figuraba en la pantalla del monitor con el subrayado rojo con que Word suele marcar las palabras de dudosa reputación––empezó a resonar por todos los rincones de mi mente no como si fuera la voz de un horrible fantasma sino como si fuera ella misma un horrible fantasma. Una palabra fantasma: sí, eso era. “¿Simiestra?”, me dije en voz alta. “¿Una combinación dimorfa de simiesco con siniestra?”.

Esa noche difícilmente pude conciliar el sueño, pues la espantosa palabra no se apartó un instante de mi mente, al tiempo que, esporádicamente, me producía unos (literalmente) inenarrables accesos de escalofrío.

Con el paso de los días siguientes, lo primero que advertí fue que con la forma simiestra, el adjetivo siniestra adquiría una corporeidad animal, aludía a una suerte de monstruo mitológico cuyo componente principal era la bestia que en la realidad conocemos como simio, y al que se adhería, pues, la horrible noción propia y original de siniestra.

Pronto empecé a percibir la presencia de ese monstruo en todas partes: en la realidad cotidiana (a veces me cruzaba con personas simiestras en la calle o veía sus retratos en los periódicos), en mis sueños y, como era de esperarse, en la literatura de ficción (incluida la que se supone que es científica): descubrí, por ejemplo, que Los crímenes de la calle Morgue y La evolución de las especies son acaso dos de los más grandes relatos simiestros de la historia moderna.

Con frecuencia, soñaba con ese monstruo, pero siempre olvidaba al despertar cómo era su apariencia física; salvo una vez que, en contraste con la exultante claridad del nuevo día que inundaba mi alcoba, el nítido pero sombrío recuerdo de cómo había visto a aquel engendro en mi reciente sueño invadía por completo mi pensamiento: un entrevero horroroso de simio y humano, localizado en lo más intrincado de la selva, sentado en posición de loto sobre una elevada mesa de disección, junto a un paraguas negro cuya empuñadura era una guadaña reluciente que estaba ensangrentada; un kepis le cubría la cabeza y un enorme mostacho negro le envenenaba toda la cara.

El recuerdo de aquel sueño me hostigó por semanas enteras. Me perturbó, alteró mis nervios: aquel sueño me quitó el sueño. Para poder volver a dormir, tuve que recurrir a una pastilla de Ativan de un miligramo tomada cada noche antes de acostarme. Después, aquella terrible imagen derivó en otras fragmentarias asociadas a ella: ya no veía al monstruo, pero veía la guadaña cercenando un brazo; veía a una bruja enjuta, demacrada, caminando bajo una lluvia lúgubre, resguardándose con el paraguas negro, a cuya empuñadura en forma de guadaña se aferraban sus dedos huesudos con un ademán tenso, violento y amenazante; veía el cadáver de una mujer embarazada tendido, decúbito supino, sobre la mesa de disección.

Semanas después, todas esas imágenes visuales fueron sustituidas por una única imagen auditiva: la de la palabra simiestra. Su solo sonido estremecedor era lo único que me horrorizaba día a día, noche tras noche. Fue terrible. Ha sido terrible. Últimamente, sin embargo, he mejorado bastante de esta especie de posesión diabólica. Simiestra es una voz que, para mi fortuna, se silencia cada vez más.
Pero eso no quiere decir que el horror haya terminado: todavía a veces, de manera inesperada (tal como ha sucedido ahora, justo antes de ponerme a escribir este relato), vuelvo a escuchar la horrible palabreja y, muy al fondo de ella, una especie de secuencia de graznidos estridentes que, según creo, es la risita burlona del avieso duendecillo digital.

Por eso, temeroso de que este último vuelva a aparecer, me apresuro ahora (clic, clic) a guardar y a cerrar este archivo.

***
Por lo inútil e imprudente, un simiestro comentario


Conociendo las virtudes literarias del autor de este "relato, lo imagino, insomne y febril, dándole desarrollo al tema, tecla tras tecla, entre enters, retrocesos de correcciones y el inolvidable control g, deslumbrado, Joaquín Mattos Omar, como el minero que acaba de descubrir que ante sus ojos asoma la veta preciosa de toda su vida. Ello, la capacidad de un autor como Joaco para explotar un tema, más la complicidad “simiestra” que ofrece la tecnología del procesador de textos, logran que los lectores nos deleitemos con escritos como el que nos ocupa y que resultan motivo para una tertulia virtual pues de las físicas hace ratos nos retiramos. Metalenguaje, ficción y tecnología se combinan por obra y gracia de un estupendo autor.

Ocupémonos un poco también de la antigua y menospreciada máquina de escribir manual, que, ciertamente, no incidía en lo absoluto en la creación del autor, más bien la limitaba pues se cuidaba uno de no equivocarse a sabiendas de que ello implicaba volver a empezar con una nueva hoja en blanco; hecho que no ocurre con el computador y me atrevo a sostener que las invariables opciones que ofrece el procesador de texto motivan, de alguna manera, que la creación del autor tenga más posibilidades de tomar por caminos distintos a los que inicialmente tenía en mente, pues ahora el equivocarse, borrar, corregir, mover de aquí allá, es magia comparado con lo que ya sabemos pasaba con la máquina manual. (Ya lo decía en otra ocasión: de haber escrito Gabriel García Márquez Cien años de Soledad en un procesador de textos seguro que le hubiesen resultado como quinientos años al máxime autor de las letras colombianas).

Finalmente me pregunto, y era en principio el interés de mi escrito (a eso me refiero cuando afirmo que el computador incide en la creación pues las ideas se le atraviesan a uno, como pidiendo vía… Pero que quede claro que esas ideas nacen de uno, no del computador que solo las facilita). Y esto es lo que me pregunto: ¿Es lo mismo cuento que relato?

"...(tal como ha sucedido ahora, justo antes de ponerme a escribir este relato)". Joaquín Mattos, en Word Fiction.

En sentido estricto y en la forma en que se nos propone el texto de Joaquín Mattos Omar afirmaría que no. Sabemos que el autor no es el personaje, aunque el uso de la primera persona le otorga al texto un carácter autobiográfico e íntimo que difícilmente podemos desprender de quien físicamente conocemos y sabemos que es escritor y le pueden ocurrir a diario este tipo de cosas mientras digita en su computador. Bueno, es asunto de críticos explicarnos estas técnicas y entender estos engranajes que en nada le interesan al autor en el momento de la creación de esos mundos ficticios que inventa y que aun siendo propios en realidad nada puede demostrársele sobre su responsabilidad, ni para bien ni para mal.

Pero cuento es cuento y su esencia es de extremo rigor. Más cómodo resulta escribir una novela o un relato pues en estos los personajes son, o pueden ser, varios y se puede echar toda la cháchara del mundo, contrario al cuento que no admite elementos gratuitos sino lo justo, la esencia pura de una situación, el nock out de que hablaba Córtazar. Y para ser sincero, hay mucho de ello en el relato de Joaquín, sobre todo del nudo hacia el final, pero no me cuadran como cuento las explicaciones del comienzo…

Pero bueno, esto es lo de menos y es apenas una percepción muy personal en la cual me he apoyado, como siempre, -“dadme un punto de apoyo…y una coma y un interrogante”- para dejar correr por estas venas digitales y electrónicas lo más grande que tiene el ser humano: su capacidad de invención.

PS: Recomiendo agregar al diccionario de su procesador de texto, tal cual hago, la palabra simiestro-a, neologismo que sin rubor echemos para adelante con el sentido que nos proporciona nuestro bueno y querido autor Joaquín Mattos Omar.


3/11/2010

Los campos son obligatorios...

Feliz onomástico a quienes hayan cumplido con esta cita anual
y de mi parte el correspondiente olvido
felicitaciones por este y demás motivos
disculpas por no aparecer en ninguna parte
por los pésames extraviados de sus muertos queridos
propios y ajenos
pero no dejo de querer a nadie
sólo que la existencia sigue siendo extraña
pero llena de cositas
y sin los domingos de antes ya no soy nadie
nadie soy para mí
aunque sí peor para los demás

3/07/2010

Un tema para escribir

Quiero escribir. Necesito hacerlo para disminuir la ansiedad que me acompaña esta noche. Llevo días inestable y reviso aquí y allá buscando un motivo. De fondo me acompaña el programa de radio que he sintonizado en una emisora nacional. Iba a escribir "no hay tema esta noche", pero me acuerdo de lo que he aprendido: los temas están allí y pueden ser pocos, el asunto es que el escritor los pueda agarrar y volver significativos. Por momentos creí encontrar un motivo en la fotografía de una calle de la ciudad que publica una poetisa amiga, y a la cual –a la fotografía- se le puede agregar un comentario, pero no, a los pocos instantes borro lo que he escrito, me resulta artificial, forzado... Era como algo crítico sobre la calle, sobre lo que llaman el espacio público… Bueno, listo ya está borrado, no pude por ahí…

Me voy a otro lado de esta página social en internet y descubro con alegría que acabo de ser “notificado” en los siguientes términos: “Ernesto McCausland aceptó tú solicitud de amistad”. De inmediato ingreso a su perfil y observo rápidamente sus fotos, todas ellas relacionadas con su oficio de periodista y director de cine. Se ve que se divierte con lo que hace y la pasa bien, me digo. Lo incluyo en mis notas Volver a escribir, Cuentos que motivan sueños y Luis Páez Barraza para que le lleguen y quizás de vuelta reciba un comentario. (A propósito de estas páginas sociales también en ella aparece registrado nuestro Gabo, hecho que dudo pero allí le voy siguiendo la corriente y ya le he enviado varios mensajes).

Por segundos me concentro en el diálogo de los que participan en el programa de radio. Hablan de los “compartimientos estancos” y afirma, contundentemente, uno de los periodistas “al niño de ciudad el mundo se le reduce al parqueadero del edificio”. Son las dos y treinta, anuncian la hora y pegan una cuña: ”Los colombianos son como el café…” Retoman el tema: “Los muchachos ya no juegan con otros niños, ahora hay una interacción a través del mesenger…”. – opina uno. “Ya hay un juego, Juan, en internet en donde el jugador entra a una escuela a matar otros niños, que le parece Juan…? “… Bueno, lo que a mí me parece problemático es que ya el padre no quiere tener al niño en la casa” “... pero, Juan, no es que los padres no quieran, es que no tienen quién se lo cuide, por eso se alegran cuando lo mandan todo el día a la escuela…”

Aquí me detengo y a preguntarme, ¿Entonces, escribo de McCausland o del tema que desarrollan en el diálogo del programa de radio? Lo resuelvo dejando ambas posibilidades pendientes…

Lo tarde de la noche, o lo temprano de la mañana -3:00 a.m.- me hacen caer en la cuenta que debo intentar dormir un poco pues dentro de unas horas debo participar en una capacitación de índole académica en la universidad Autónoma del Caribe. Sí, debo dormir un poco, me decido.

¿Y el tema? Aún no lo encuentro y reconozco que este malogrado intento no es suficiente pero en algo me ha aliviado y por lo menos percibo que dejo en borrador la posibilidad de un buen texto.

“…Un buen ciudadano, que sepa gozar…” “Yo creo que falta creatividad, una semana de libertad como esta debe aprovecharse…” “ Juan, yo creo que es hora de conversar con los oyentes…”